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Biden y Trump, camino a unas cruciales elecciones en que se juegan su futuro político

El 8 de noviembre se eligen representantes, un tercio de senadores y 36 gobernadores. Está en juego el control de ambas cámaras del congreso, la posibilidad de una reelección para el actual presidente y del regreso para el ex.

Las “midterm elections” eran hasta hace poco una tradición por la que la oposición tenía una gran oportunidad para complicarle la segunda parte del mandato a quien estuviera en la Casa Blanca. Desde el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 orquestado por el entonces presidente Donald Trump para desconocer los resultados de las elecciones presidenciales, se convirtieron en otra cosa. Se juega el estado de la democracia americana.


Estas elecciones legislativas del 8 de noviembre van a determinar la posibilidad de que Joe Biden pueda aspirar a la reelección a pesar de sus 80 años y algunos rasgos seniles o pasarle la antorcha a la que podría ser la primera mujer y negra que llegue a la presidencia del país, Kamala Harris. También si el multimillonario Trump puede regresar al Salón Oval a pesar de haber instigado un golpe de estado o si, incluso, termina bendiciendo a un duro de los suyos como el gobernador de Florida Ron DeSantis. Un poco más abajo, determinará si la anti-política del trumpismo termina echando raíces en los estados más significativos y si se mantienen o no los derechos constitucionales como el del aborto y las puertas abiertas a la inmigración.


En el recinto del Congreso, sin duda, puede producirse un cambio extremo dependiendo de quién se quede con las mayorías, mucho más que en cualquier otro proceso similar de las últimas décadas. Los demócratas tuvieron estos dos años el control parlamentario con una mayoría de cinco bancas en la Cámara de Representantes y un empate que rompe la vicepresidenta Harris en el Senado. Esa es la razón por la que Biden tuvo las manos libres para enfocarse en la guerra de Ucrania y tratar de controlar una economía desbocada. Y, sobre todo, los comités de investigación estuvieron enfocados casi exclusivamente en los disturbios del 6 de enero en ese mismo recinto.

Si los republicanos logran tomar el control de una o las dos cámaras del Congreso –todas las posibilidades aún están abiertas en ese sentido-, el foco pasará del trumpismo a, por ejemplo, los negocios del hijo de Biden, Hunter, con China, las políticas de inmigración de la administración demócrata, la retirada de Estados Unidos de Afganistán y los orígenes de la pandemia de coronavirus.


La batalla de fondo será la del aborto. En junio, la Corte Suprema anuló el derecho al aborto protegido por la Constitución. Ambos partidos ya propusieron una nueva legislación federal al respecto; los demócratas quieren volver al famoso fallo de Roe vs. Wade que dio el derecho a las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Los republicanos quieren prohibir a nivel nacional el aborto después de las 15 semanas de embarazo, una norma que sustituiría las protecciones existentes en los estados gobernados por los demócratas, como California, Illinois y Nueva York.


El derecho al aborto también se verá reflejado en los distintos estados, donde el resultado de las elecciones a gobernador y legislativas en campos de batalla políticos tradicionales como Pensilvania, Wisconsin, Arizona y Michigan podría determinar directamente la legalidad del procedimiento en esos estados.


Paradójicamente, la decisión de la Corte Suprema dominada por jueces ultraconservadores reavivó a las bases demócratas y las sacó a la calle. De la mano de las mujeres, se movilizaron actores sociales que hasta ese momento se mantenían al margen y consideraban a Biden demasiado moderado. Muchas campañas de candidatos demócratas en estados con mayoría republicana se vieron apuntaladas a nivel nacional con publicidad y fondos inéditos.


Y es que, como ya sabemos, Estados Unidos está partido por las mismas grietas que el resto del mundo. El partido Republicano está copado por los trumpistas que lo arrastraron a posiciones extremas. Incluso anticonstitucionales. Y eso hace un mundo de diferencia en las posiciones legislativas. Si los republicanos se imponen, se espera que la inmigración, los derechos religiosos y la “mano dura” contra las minorías y la delincuencia sean una prioridad. Para los demócratas, el medio ambiente, la sanidad, el derecho al voto y el control de las armas seguirán siendo prioritarios.


Joe Biden tuvo unos primeros meses de gestión con números muy bajos de aprobación. En las redes sociales se popularizó el sobrenombre de “Sleepy Joe” (Joe, el dormido). Logró revertirlo con la aprobación de leyes cruciales sobre el cambio climático, el control de armas, la inversión en infraestructuras y la pobreza infantil, a pesar de sus estrechas mayorías en el Congreso. Triunfos que rescataron su presidencia y marcaron su legado.


La recesión que trajo la pandemia y la inflación también golpearon duramente la gestión. Aunque hay señales de recuperación o al menos de una caída menos dolorosa. La economía estadounidense se enfrenta a una marcada -e intencionada- desaceleración a medida que la Reserva Federal sube las tasas de interés para enfriar la demanda y reducir el aumento de los precios, el tipo de retroceso que normalmente daría lugar a un desempleo notablemente mayor. Pero los funcionarios del Departamento del Tesoro aún esperan lograr un aterrizaje suave en el que el crecimiento se modere sin causar pérdidas de empleo generalizadas. Algunos especulan con que los problemas de falta de personal que se registran hoy en casi todas las industrias les ayudarán a conseguirlo, ya que las empresas se esfuerzan más que en el pasado por capear una desaceleración sin recortar personal.


“Las empresas que experimentaron desafíos sin precedentes para restaurar o ampliar sus fuerzas de trabajo tras la pandemia pueden estar más inclinadas a hacer mayores esfuerzos para retener a sus empleados de lo que normalmente harían cuando se enfrentan a una desaceleración de la actividad económica”, explicó Lael Brainard, vicepresidente de la Fed, en un discurso la semana pasada. “Esto puede significar que la ralentización de la demanda agregada provocará un aumento del desempleo menor que el que hemos visto en recesiones anteriores”.

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