El sentimineto anti japonés crece en el país de la mano del régimen de Beijing.
El 24 de agosto, el gobierno de Japón comenzó a verter agua en el océano. No se trata de agua cualquiera, sino de aguas residuales tratadas de la central nuclear de Fukushima, destruida hace 12 años por un tsunami. Así que Japón ha tratado la situación con cuidado, sometiendo el líquido a un avanzado proceso de filtración y dilución. Aún contiene un radionucleido potencialmente dañino llamado tritio. Pero los expertos dicen que los niveles son tan bajos que no es preocupante. Japón quiere liberar más de un millón de toneladas de agua en los próximos 30 años. Muchos científicos respaldan el plan, al igual que el Organismo Internacional de Energía Atómica de la ONU.
China, sin embargo, ha criticado las acciones de Japón, calificándolas de imprudentes. El gobierno ha prohibido las importaciones de marisco japonés. Los medios de comunicación estatales han cubierto sin cesar la noticia, sin mencionar a los científicos que apoyan el plan. Los internautas nacionalistas se han puesto manos a la obra, promoviendo afirmaciones infundadas sobre peces contaminados y seres humanos envenenados, y llamando al boicot de los productos japoneses. En algunas ciudades chinas se ha producido un frenesí de compra de sal, con gente haciendo cola durante horas para comprar una bolsa. Algunos parecen pensar que la sal puede contaminarse o que es útil para tratar la enfermedad por radiación (no lo es).
Hay, por supuesto, científicos y activistas medioambientales que también se oponen al plan de Japón. Algunos afirman que se necesitan más estudios para evaluar el impacto potencial. Otros dicen que las autoridades japonesas no son de fiar. El desastre de Fukushima puso al descubierto niveles alarmantes de corrupción oficial, incompetencia y engaño.
Pero la respuesta de China puede tener más que ver con la política que con otra cosa. El sentimiento antijaponés está muy arraigado en el país. Los nacionalistas chinos invocan a menudo la invasión y ocupación de China por Japón en las décadas de 1930 y 1940. Hace una década, una disputa sobre cinco islotes en el Mar de China Oriental llevó a hablar de guerra. Más recientemente, los funcionarios de Beijing han observado con frustración cómo Japón se acerca a Estados Unidos y muestra un apoyo cada vez mayor a Taiwán, una isla autónoma que China reclama. En cuanto a la cuestión de las aguas residuales, Japón afirma que China ha rechazado sus ofertas de celebrar reuniones en las que abordaría cualquier preocupación.
Otro tipo de reunión también ha complicado la situación. El 18 de agosto, el presidente Joe Biden recibió al primer ministro japonés, Kishida Fumio, y al presidente surcoreano, Yoon Suk-yeol, en una cumbre sin precedentes. Una historia rencorosa ha dividido a menudo a Japón y Corea del Sur. La firmeza de China los ha acercado. Ahora, sin embargo, China puede espiar una oportunidad para abrir una brecha entre ellos. El gobierno de Corea del Sur ha apoyado el plan japonés de tratamiento de aguas residuales, pero la oposición coreana y gran parte de la opinión pública están en contra. (La opinión pública japonesa también está dividida al respecto).
Para China, el vertido de aguas residuales ha llegado en un momento oportuno. La economía del país atraviesa dificultades. Cada semana parece llegar un nuevo lote de datos decepcionantes. Las medidas de Japón han servido para distraer la atención de las malas noticias. Pero la preocupación por la economía puede socavar la respuesta de China. Ningún país compra más marisco a Japón. La prohibición de las importaciones puede perjudicar a las empresas chinas casi tanto como a los pescadores japoneses. Puede que no dure mucho.
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