La guerra irrestricta o híbrida en curso debería complementarse por una cooperación igualmente irrestricta o híbrida, que mitigue o prevea los daños, pero tomando en cuenta los proyectos nacionales de cada país.
La Universidad de Cambridge (Gran Bretaña) compiló más de 130 encuestas realizadas en 137 países sobre las visiones de sus habitantes sobre Occidente, Rusia y China. El mundo tiene una población de 7900 M, de los cuales 1600 M viven en Occidente (EEUU, Canadá, UE, GB, Australia, Japón y América Latina). El resto del mundo tiene 6300 M, incluyendo China (1400 M) y Rusia (150 M). De esos 6300 M, el 66 % tiene una opinión positiva hacia Rusia y el 70% hacia China. El desglose de esas valoraciones positivas sobre Rusia, indica un 75% en el sur de Asia, un 68% en África francófona y un 62% en el sudeste asiático. La opinión pública sobre Rusia sigue siendo positiva en Arabia Saudita, Malasia, India, Pakistán y Vietnam. Dos tercios de la población mundial no se identifican con los valores culturales de Occidente.
Estas cifras nos indican que el posicionamiento de cada país en el actual conflicto global no sucede sólo por los respectivos intereses económicos, sino también que es un conflicto con fuertes raíces históricas y culturales.
Históricas: Muchos países siguen viendo a Occidente como una agrupación de antiguos poderes coloniales. El mundo asiático, africano y de Medio Oriente, aún mantienen en su memoria aquellas épocas. Las respuestas poco diplomáticas que reciben algunos embajadores europeos en algunos países africanos así lo muestran. Para Occidente el colonialismo quedó en el pasado, pero las cicatrices aún no se sellaron en aquellos países, e induce a sus gobernantes a mantenerse independientes en relación al conflicto de Ucrania, evitando adoptar sanciones contra Rusia. Esta situación es muy evidente en África, que recuerda la ayuda de la ex URSS en los procesos de descolonización, al igual que en Sudáfrica (Mandela), o en Egipto (represa Asuán) o en India (planta siderúrgica de Bhilai). Sin ser adeptos del régimen de Putin ninguna de las ex colonias europeas quiere colocarse como enemiga de Rusia. Quieren mantener una “amistad estratégica”.
Económicas: Particularmente en Asia, pese a los resquemores geopolíticos sobre el poderío chino, pero también en África, muchos países están ligados al intercambio comercial con China, ahora claro aliado natural de Rusia. La participación de EEUU en la producción mundial cayó del 21% en 1991 al 15% en 2021, mientras que, en el mismo período, China incrementó su participación del 4% al 19 %. El PBI de China, medido en paridad de poder adquisitivo, ya superó al de EEUU. La población de los BRICS es de 3200 M, 4 veces la población de los países del G7, de 770 millones. Nadie quiere perder potenciales negocios en un área en expansión, como es el mundo asiático; y menos por exigencias de un tercero. No es que China sea un benefactor de la humanidad, pero en su afán de crecimiento como actor global, ofrece algunas ventajas relativas en cuanto a créditos para infraestructura, aunque también sea exigente para lograr sus objetivos e intereses.
También los países observan el proceso de desindustrialización europea provocado por los mayores costos energéticos, la mayor inflación y por las iniciativas norteamericanas de concentrar en su propio territorio las industrias relacionadas con las nuevas tecnologías y por la búsqueda de aumentar el flujo de capitales y de inversiones hacia su territorio. La creciente vulnerabilidad europea es un reflejo de la fuga de capitales e inversiones hacia EEUU y por lo tanto una vidriera que produce temor y actitudes de prevención, por parte de terceros países, reflejadas en la adopción de un concepto clásico: “autonomía estratégica”
Eurocentrismo y Occidente-centrismo: Como dice el ministro de Relaciones Exteriores de India, S. Jaishankar, “Europa tiene que abandonar la mentalidad de que los problemas de Europa son los problemas del mundo, pero los problemas del mundo no son problemas de Europa”. Las dos sangrientas Guerras Civiles Europeas (I y II GM) fueron resueltas desde afuera, por EEUU.
La Guerra Fría tuvo su cuota de guerras sangrientas fuera de los países centrales, en las periferias de los EEUU y de Rusia. El conflicto actual entre EEUU y China se encamina a ser sangriento, pero también fuera de los territorios de los principales contendientes. El traslado de los conflictos hacia territorios periféricos pareciera ser una constante de los conflictos entre las grandes potencias. De esa experiencia histórica se desprende la preocupación de muchos países en no involucrarse totalmente en uno u otro bando, tratando de mantener una política de “independencia estratégica”.
Cuando Occidente no atendió rápidamente los reclamos de apertura de las patentes de las vacunas contra el COVID, por exceso de eurocentrismo, o por subvalorar a otros pueblos, creó un mal precedente hacia las necesidades más elementales del mundo subdesarrollado, particularmente en África, donde había capacidad de producción, pero faltaba tecnología.
Recordemos las compras por adelantado de millones de dosis de vacunas en Occidente, gracias a sus recursos financieros y que muchas de ellas fueron luego destruidas a su vencimiento, mientras África y otros países adolecían de vacunas y buscaron en Rusia y China un rápido proveedor. El mensaje de Occidente fue claro: los problemas del Sur son suyos; no son nuestros. Pero cuando Europa u Occidente pide ayuda, por sus guerras o por los problemas climáticos, se solicita o se exige que los demás países “colaboren”. Si predominara la idea de construir un mundo para todos, con cooperación real mutua, comprendiendo cuáles son las necesidades propias de cada país, el entendimiento sería más fácil. “Cooperación estratégica” es lo que está faltando.
Cuando termine al guerra en Ucrania: Tal como se han desarrollado los acontecimientos, lo más probable es que no habrá ni ganadores ni perdedores netos entre la OTAN y Rusia. Seguramente Ucrania quedará obligada por largo tiempo a devolver los créditos dados por Occidente y se establezca una tensa frontera con Rusia de cierta neutralidad, al estilo de la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur. Pero las grandes pérdidas estarán en otras zonas, específicamente en el mundo menos desarrollado.
Sumada a la pandemia, esta guerra le ha traído muchos problemas al resto del mundo y casi ningún beneficio: tasas de interés más altas, aumentos en alimentos y energía, menor actividad económica, mayor pobreza, mayores deudas. Que las potencias mantengan la guerra a ultranza no va a ser beneficioso para el resto del mundo; significa distraer fondos hacia los fabricantes de armas en lugar de aplicarlos al desarrollo económico y social. Es dable esperar que las iniciativas de Turquía, India, el Vaticano y China puedan acercar un final a este flagelo, lo más pronto posible.
El futuro de la seguridad europea en cierto modo depende de cómo se resuelva este conflicto entre las potencias, el que lamentablemente parece seguir siendo alentado ideológicamente por la OTAN y mantenido por Rusia, quien digámoslo claramente, ha quebrantado una regla internacional, invadiendo un territorio de otro país, siguiendo con una práctica habitual de todas las potencias. El “orden internacional basado en reglas” carece de credibilidad para el mundo subdesarrollado. Desde las invasiones soviéticas a los países del Este (Hungría, Checoslovaquia) hasta las intervenciones militares occidentales en Vietnam, Irak, la ex Yugoeslavia, Libia, Siria y tantas otras, nos muestran que las reglas son incumplidas por las potencias, que no necesitaron la autorización del Consejo de Seguridad de la UN, para realizarlas.
Un mundo multipolar requiere algo más que una actualización de las normas de convivencia entre naciones; se necesita una renovación de los objetivos globales ya que en un mundo tan interconectado, los problemas y desafíos son comunes a todas las naciones y si bien coexisten muy diferentes miradas culturales de cómo enfrentarlas, se hace necesario encontrar modos de convivencia que permitan desarrollar estrategias comunes para que el mundo no estalle, sea por accidente o por volverse infinitamente incierto.
La guerra irrestricta o híbrida en curso, debería complementarse por una cooperación igualmente irrestricta o híbrida, que mitigue o prevea los daños, pero tomando en cuenta los proyectos nacionales de cada país; y no más por la imposición de un utópico modelo universal, que impulsa “agendas” que son “una forma de colonización ideológica, que no deja espacio a la libertad de expresión y que hoy asume cada vez más la forma de esa cultura de la cancelación, que invade muchos ámbitos e instituciones públicas y que lleva a la fragmentación al infinito de las sociedades”(Papa Francisco dixit).
Un camino participativo hacia la paz a nivel mundial sólo lo podrían transitar naciones independientes y cooperativas, caracterizadas por tener amistades y autonomías estratégicas. Una comunidad internacional debe basarse en la soberanía de todos y no en vínculos de subordinación.
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