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Un asesino serial admitió otros cinco homicidios cometidos hace décadas en Nueva York

Richard Cottingham, conocido como “El Asesino del Torso” y protagonista de un documental de Netflix, reconoció haber matado a cinco mujeres hace medio siglo.

Un asesino serial conocido como “El Asesino del Torso”, quien ya fue condenado por 11 homicidios, admitió el lunes que también mató a cinco mujeres en Long Island a finales de la década de 1960 y a principios de la de 1970.


Richard Cottingham fue sentenciado este lunes a una pena de entre 25 años y cadena perpetua por matar a Diane Cusick, de 23 años, quien fue asesinada en febrero de 1968 después de comprar zapatos en el centro comercial Green Acres, en el condado de Nassau.


Como parte de un acuerdo de culpabilidad, Cottingham recibió inmunidad judicial por los otros cuatro asesinatos. El recluso de 76 años de edad estuvo en la audiencia a través de una videollamada desde una prisión de Nueva Jersey.


“Hoy es uno de los días más emotivos que hayamos tenido en la fiscalía del condado de Nassau”, dijo la fiscal Anne Donnelly en una conferencia de prensa en la que estuvo acompañada por varios familiares de las víctimas de Cottingham. “En el caso de Diane Cusick, su familia ha esperado casi 55 años para que alguien rinda cuentas por su muerte”.


Donnelly dijo que Cottingham, quien se cree que es uno de los asesinos seriales más prolíficos de Estados Unidos, “ha causado un daño irreparable a tantas personas y a tantas familias, que no hay mucho que pueda decirles para que encuentren consuelo”.


Cottingham ha afirmado que fue responsable de hasta 100 homicidios. Ha estado tras las rejas desde 1980. Es conocido como “Torso Killer” (El Asesino del Torso) porque supuestamente les cortó la cabeza y extremidades a algunas de sus víctimas, han dicho las autoridades.


Las autoridades creen que Cusick salió de su trabajo en una escuela de danza para niños y luego se detuvo en el centro comercial para comprar un par de zapatos cuando Cottingham la siguió hasta su automóvil. Creen que se hizo pasar por un guardia de seguridad o agente de policía, la acusó de robo y luego sometió a la mujer de 44 kilogramos. El cuerpo de Cusick fue hallado el 16 de febrero de 1968.


El médico forense concluyó que Cusick había sido golpeada en el rostro y en la cabeza y que había sido asfixiada. Tenía heridas de defensa en las manos y la policía pudo recoger evidencias de ADN en el lugar de los hechos. Sin embargo en ese entonces no existían los análisis de ADN.


El ADN de Cottingham se introdujo en una base de datos nacional en 2016 cuando se declaró culpable de un asesinato en Nueva Jersey. En 2021, la policía del condado de Nassau volvió a realizar pruebas de ADN en los casos de mujeres asesinadas y encontró una coincidencia con Cottingham.


En la época en la que Cusick fue asesinada, Cottingham trabajaba como programador de computadora para una compañía de seguros médicos en Nueva York.

Las otras cuatro mujeres por las que Cottingham confesó el lunes fueron asesinadas en 1972 y 1973.


Donnelly dijo que cuando los detectives interrogaron a Cottingham en la prisión, éste les dio información sobre esos cuatro casos que sólo el asesino podría saber.


La única hija de la víctima estuvo presente hoy en la declaración de culpabilidad del asesino, que se hizo por videoconferencia ya que este está ingresado en un hospital, y agradeció a las autoridades que con el paso de los años siguieran buscando justicia para su madre.


Protagonista en Netflix

En 2020, una mujer se hizo amiga de Cottingham, lo visitó en la cárcel, ganó su confianza y logró que confesara algunas muertes más. La mujer es Jennifer Weiss, y es la hija de una de las víctimas del asesino del torso, Deedah Goodarzi, una prostituta de origen kuwaití, de 23 años, madre de una beba de cuatro meses que, años después, iba a enfrentar en la cárcel al asesino de su madre.


Una indagación sobre la mente criminal, en este caso la de Cottingham, es la que intenta un documental de Netflix sobre el “asesino del torso”. Son intentos loables por meterse en un laberinto siniestro e impredecible, que intenta dilucidar un interrogante acaso tonto: ¿cómo es que alguien que nació tal vez para ser violín solista de la sinfónica de Liverpool, termina por decapitar mujeres en un hotel pulgoso de New York? Los resultados de esa búsqueda son siempre magros, pero la reconstrucción del horror es siempre efectiva. Cottingham debe sentirse en la gloria: el reconocimiento tardó, pero llegó por fin.


El documental de Netflix empieza con el asesinato de Goodarzi y de otra chica, nunca identificada, porque esa noche Cottingham mató por partida doble. Y luego recorre su historial de horror.


Los crímenes cometidos por Cottingham no tuvieron en su momento el despliegue informativo que sí tuvieron otros asesinos seriales, como Jeffrey Dahmer, aquel caníbal que guardaba los restos de sus víctimas en el freezer de su casa, ni como John Wayne Gaycy, el payaso asesino que mató a más de treinta chicos y los enterró en el sótano de su casa.


Si Cottingham siente que con sus crímenes la sociedad fue injusta y sigue sin reconocer su habilidad, Netflix lo rescata del olvido, lo devuelve a un protagonismo que no tuvo, a un reconocimiento que su mente criminal no exige, pero agradece. Tal vez ahora duerma tranquilo.

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