Satélites en la mira: maniobras secretas y el riesgo de una guerra que comienza en silencio
- El Blog News

- Jun 23
- 6 min read
El espacio se convierte en el nuevo campo de batalla. Maniobras orbitales y estrategias encubiertas redefinen la seguridad global.

El próximo conflicto global podría comenzar en silencio, muy por encima de la superficie terrestre, en la órbita donde los satélites se han convertido en el nuevo frente de confrontación entre grandes potencias.
Según el Modern War Institute, la proliferación de operaciones de proximidad entre satélites, tecnologías de captura y sistemas espaciales habilitados por inteligencia artificial ha transformado el espacio en un teatro de poder, donde la ausencia de normas internacionales claras y doctrinas de disuasión adecuadas deja al mundo peligrosamente expuesto a las consecuencias políticas y militares de un ataque preventivo desde el espacio.
En marzo de 2025, el general Michael A. Guetlein, vicejefe de operaciones espaciales de la Fuerza Espacial de Estados Unidos, reveló que los sistemas estadounidenses habían detectado “cinco objetos diferentes en el espacio maniobrando dentro y fuera, y alrededor unos de otros, en sincronía y bajo control”, una situación que describió como “combate aéreo en el espacio”.
Este episodio, citado por el Modern War Institute -think tank de West Point- ilustra la rapidez con la que China, junto con Estados Unidos y otras potencias espaciales, desarrolla capacidades antisatélite. Estas tecnologías ya no pertenecen al ámbito de la ciencia ficción; representan un cambio estratégico profundo.
Los satélites constituyen el sistema nervioso de la guerra moderna, esenciales para la inteligencia, la navegación y las comunicaciones. Desactivar los satélites de un adversario puede dejarlo ciego en el campo de batalla y otorgar una ventaja decisiva en las primeras fases de un conflicto.
A diferencia de la guerra tradicional, no existe un marco legal claro que defina qué constituye una agresión en el espacio. La interferencia con satélites puede presentarse como una falla técnica, una prueba o una provocación, lo que la convierte en una táctica ideal de zona gris.
El primer movimiento en un conflicto mayor podría no manifestarse como un ataque con misiles o un ciberataque, sino como una maniobra silenciosa y negable en órbita, que señale el inicio de la guerra antes de que el mundo lo perciba. Un antecedente de este tipo de acción ocurrió en febrero de 2022, cuando un ciberataque contra Viasat precedió la invasión rusa a Ucrania, dejando fuera de servicio a decenas de miles de módems en Europa y afectando las comunicaciones militares ucranianas.
Las infraestructuras orbitales constituyen sistemas vastos que estructuran material y políticamente la forma en que se monitorean, aseguran y conceptualizan las amenazas a la Tierra. Los académicos Columba Peoples y Tim Stevens las describen como “ensamblajes sociotécnicos”: redes de satélites, estaciones terrestres, marcos de gobernanza y experiencia humana que vinculan la actividad espacial con la política, la economía y la seguridad en la Tierra.
La mayoría de las personas desconoce la profundidad con la que estos sistemas están integrados en la vida cotidiana. Los satélites permiten la navegación GPS, el acceso global a internet y telefonía, la predicción meteorológica y el monitoreo del cambio climático.
Además, respaldan transacciones financieras, transmisiones televisivas, comunicaciones y respuestas de emergencia. Sin ellos, gran parte del mundo moderno —desde la logística hasta la banca— se ralentizaría o detendría. Son parte de la infraestructura crítica e invisible que sostiene la vida contemporánea, tan esencial y a menudo ignorada como las líneas eléctricas, los cables submarinos o los sistemas de control del tráfico aéreo.
En el ámbito militar, los satélites resultan indispensables. Permiten la vigilancia en tiempo real de movimientos de tropas, despliegues de misiles y actividad naval, proporcionando la conciencia situacional que requieren los comandantes modernos. Facilitan comunicaciones seguras a través de continentes y guían armas de precisión mediante GPS. Algunos sistemas incluso ofrecen alertas tempranas de lanzamientos de misiles, brindando minutos valiosos para responder. En los conflictos actuales, los satélites no son un telón de fondo, sino parte integral del campo de batalla.
Estas infraestructuras orbitales superan la función de simples herramientas de observación o comunicación; están incrustadas en la maquinaria de la diplomacia y la gestión estatal moderna. Desde la coordinación de ayuda humanitaria hasta el apoyo a operaciones militares de precisión, difuminan la línea entre sistemas civiles y militares. A medida que su valor estratégico crece, también aumenta la urgencia de definir y defender sus límites, antes de que otro Estado los ponga a prueba en silencio.
La manipulación de satélites, o “satellite tampering”, abarca cualquier interferencia deliberada con la función de un satélite y se considera cada vez más como un posible primer movimiento en un conflicto moderno. Esto puede incluir el bloqueo de señales de radio (jamming), el uso de láseres para cegar sensores (dazzling), la intrusión cibernética para secuestrar o desactivar satélites de forma remota, o incluso la manipulación física, como acercarse o empujar otro satélite fuera de posición.
Lo peligroso de estas acciones radica en que pueden ejecutarse en silencio, sin generar escombros ni explosiones, lo que las hace factibles y negables. En un momento geopolítico tenso, interrumpir satélites podría dejar ciego al adversario, cortar comunicaciones o degradar la navegación, todo sin disparar un solo tiro en la Tierra. Además, los atacantes pueden alterar o borrar los datos de diagnóstico, dejando a los operadores sin certeza sobre si un satélite presenta una falla, ha sido comprometido o ambas cosas.
Eventos recientes, como anomalías en el GPS y la colisión de un petrolero cerca del Estrecho de Ormuz el 17 de junio, demuestran cómo la interferencia electrónica invisible en sistemas espaciales puede tener consecuencias peligrosas en el mundo real sin un acto de guerra rastreable.
Los informes sobre “combate aéreo en el espacio”, con satélites chinos maniobrando en formación sincronizada y controlada, simulando combates orbitales a corta distancia, subrayan la inmediatez de esta amenaza. Aunque no abiertamente hostiles, estas acciones demuestran la capacidad de seguir, vigilar e incluso interferir con satélites extranjeros.
Combinadas con avances en guerra cibernética y electrónica, estas maniobras indican que el espacio está dejando de ser un dominio de apoyo para convertirse en un campo de batalla activo. La línea entre ejercicio y agresión se difumina, y la manipulación de satélites ha dejado de ser teórica para convertirse en una herramienta de señalización, interrupción y desactivación de sistemas críticos en los primeros minutos de un conflicto.
El ataque a Viasat durante la invasión rusa a Ucrania en 2022 evidenció la eficacia de la interrupción espacial. Horas antes de que las tropas rusas cruzaran la frontera, hackers desplegaron malware que inutilizó la red satelital KA-SAT, dejando fuera de servicio a decenas de miles de módems en Europa y provocando cortes de comunicación generalizados, incluso en el ejército ucraniano. Al atacar un sistema satelital civil, Rusia demostró cómo la infraestructura espacial puede explotarse para obtener ventajas estratégicas, cegando y desestabilizando al adversario antes de que comience la guerra convencional.
China ha estudiado detenidamente ambos lados del conflicto entre Rusia y Ucrania, extrayendo lecciones clave sobre el papel de la infraestructura espacial en la guerra moderna. De la ofensiva cibernética rusa contra Viasat, China aprendió que interrumpir las comunicaciones satelitales puede paralizar la capacidad de coordinación y respuesta del adversario, convirtiendo la interferencia satelital en una herramienta valiosa para obtener ventaja antes de una invasión.
Al mismo tiempo, la rápida adopción de Starlink por parte de Ucrania demostró el poder de las megaconstelaciones resilientes y descentralizadas para restaurar la conectividad, mantener el mando y control, y respaldar funciones militares y civiles en tiempo real.
Estas lecciones han moldeado el enfoque chino hacia la guerra espacial: desactivar los satélites del oponente en las primeras fases y garantizar que las propias comunicaciones no puedan ser interrumpidas. Esta lógica se refleja en el impulso de China por construir megaconstelaciones soberanas como Guowang y Qianfan, no solo con fines comerciales, sino para asegurar la resiliencia y la independencia estratégica en órbita durante tiempos de guerra.
Guowang y Qianfan son megaconstelaciones satelitales planificadas por China para proporcionar cobertura global de internet y fortalecer la independencia y resiliencia del país en comunicaciones espaciales. Guowang, que significa “red nacional”, prevé alrededor de trece mil satélites y funcionará como un sistema soberano de internet satelital, liderado por empresas estatales como la Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial de China.
Su objetivo es ofrecer servicios de banda ancha a nivel nacional y global, similar a Starlink, reduciendo la dependencia de sistemas externos y respaldando tanto operaciones civiles como militares. Qianfan, que significa “mil velas”, es una constelación paralela con aproximadamente catorce mil satélites previstos, una flota de activos orbitales que operarán en formación coordinada.






Comments